Las islas Goto son un remoto rincón del oeste de Japón reconocidas como Patrimonio de la Humanidad por su pasado cristiano, un legado histórico que está en peligro por su acelerada despoblación y envejecimiento demográfico.
Situado en una de las zonas más occidentales del país asiático, el archipiélago de Goto está constituido por 11 islas habitadas y 52 inhabitadas, algunas como la pequeña Kazurajima otrora refugio de las comunidades cristianas que practicaron su fe clandestinamente mientras duró el veto al cristianismo en Japón entre 1614 y 1873.
Las islas gozaban de bonanza a finales del siglo XX y alcanzaron un pico máximo de población en 1995, cuando más de 92.000 personas se repartían en sus 420,1 kilómetros cuadrados de superficie boscosa. Hoy la cifra se ha reducido casi un 60 % y según los últimos datos del Gobierno local, había 37.775 residentes en 2016.
A esto se suma el envejecimiento demográfico. En torno al 38 % de la población de las Goto tiene 65 o más años y sólo un 11 % es menor de 15, frente a la proporción de 6,2 % y 40,4 % registrada en 1955.
Las autoridades y residentes coinciden en la principal razón de la despoblación. «No hay trabajo«, dice Mitsuru Kojima, un pescador de 65 años que se encarga del mantenimiento de la antigua iglesia de Gorin, en la isla de Hisaka, uno de los 12 «Lugares de cristianos ocultos en la región de Nagasaki» inscritos este junio en la lista de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
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Kojima es familiar de los cuatro residentes del pueblo y acude dos veces por semana para limpiar la envejecida iglesia de madera, construida en 1881 y trasladada a su ubicación actual en 1931.
«Antes la gente del pueblo se encargaba, pero ya no pueden por el trabajo«, dice. Kojima lleva seis años cuidando de la iglesia en la que recuerda celebrar misa en su niñez (ahora usan una nueva aledaña) y no sabe qué ocurrirá cuando él no pueda encargarse más, pero no tiene prisa por encontrar sustituto. Debe ser «vocacional«.
Tiene dos hijos, pero trabajan en empresas fuera de la isla. Lo mismo le ocurre a Yukinori Kuzushima, también de 65 años y una de las dos personas que mantiene la iglesia de Egami, en la isla de Naru, otros de los emplazamientos listados como patrimonio este 2018.
El hijo mayor de Kuzushima le ayuda en la pesca, pero los otros dos han ido a trabajar a Fukue (sudoeste) y Osaka (oeste).

La despoblación no se limita a estas remotas islas, es uno de los grandes problemas que afrontan las áreas rurales de todo Japón, pero cobra especial importancia en este paraje porque pone en peligro la supervivencia del legado cristiano en el país asiático y por cuyo mantenimiento ha mostrado preocupación incluso la Unesco.
«Se sabe que hubo más de 200 emplazamientos, pero no conocemos cuántos exactamente. Tres están abandonados, entre ellos en la isla de Nozaki (dentro del patrimonio) y Hisaka. Vamos a estudiar el resto«, explicaba Yohei Kawaguchi, subdirector de la División de Patrimonio Mundial del Gobierno de Nagasaki, en un encuentro con medios.
«No hay universidades ni trabajo, así que la gente no vuelve«, reconoce con pesar el alcalde de Goto, Ichitaro Noguchi.
Noguchi confía en que la industria de la zona se vea potenciada cuando el pacto comercial TPP11 (el nuevo Acuerdo de Asociación de la Cuenca del Pacífico) entre en vigor y están ofreciendo incentivos como rebajas fiscales para los que quieran mudarse allí.
En Sotome, a unos 40 kilómetros de Nagasaki y donde se encuentra la iglesia de Shitsu, la despoblación también comienza a ser un problema, explica la hermana Sumiko Akasako, de 65 años, miembro de la Congregación autóctona de la Anunciación de Nuestra Señora María.

En torno a la mitad de los 650 habitantes de esta ciudad son cristianos y de ella partieron buena parte de los creyentes de las islas Goto, que vieron en un proyecto de finales del siglo XVIII para poblar las islas remotas una salida a su fe. Paradójicamente, uno de los objetivos era atajar el aumento poblacional en Sotome.
«Cuando el cristianismo llegó a Japón hace 400 años la gente estaba contenta, pensaban que era bueno. Tenían pasión por su fe, aunque eran reprimidos. El corazón de la gente se ha enfriado«, dice Akasako sobre el desinterés de los jóvenes por la religión. Menos del 1 % de la población japonesa profesa el cristianismo.