La lucha contra la obesidad infantil puede y debe empezarse en la escuela, y el programa Shokuiku de Japón lo demuestra. Este proyecto cuyo nombre viene de dieta (shoku) y formación integral (iku) se puso en marcha en 2005, y entre 2006 y 2015 había conseguido una reducción de casi en 20% en la tasa de niños con sobrepeso patológico, desde alrededor de un 5% a un 4%, de acuerdo con datos publicado en la revista Journal of Public Health de Oxford Academic. Por comparar, en España la proporción de niños obesos ronda el 18%, y México, el 30%.
Shokuiku se basa en que la nutrición y la alimentación son una asignatura curricular «igual que pueden serlo las matemáticas o las ciencias» en la que además se han formado más de 6.000 profesores nutricionistas, y que trabaja en dos aspectos: en clase, y, también, supervisando la comida que se da en los colegios y el uso que se le da.
Por ejemplo en Japón son los propios alumnos los encargados de repartir las raciones a sus compañeros, lo que les obliga a medir y ser equitativos. También hay un especial hincapié en que se consuman productos locales, algo más ecológico y económico, y en reducir el desperdicio de alimentos.
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El plan de comedores infantiles supone, además, una política de igualdad. En Japón, como en Occidente, las familias con menos recursos tienden a comer productos de peor calidad. La iniciativa estatal, que da comida 190 de los 365 días del año a los alumnos, supone que para un chico de clase acomodada, en el colegio ingiere el 18,8% de los vegetales de su dieta. Para uno pobre, el menú escolar le aporta el 22,3%.
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También intervienen otros factores, como la prohibición de máquinas de dispensación de comida o bebida en los colegios, lo que dificulta el acceso a productos industriales con elevadas cantidades de grasas o azúcares.
En 2010, a apenas cinco años de iniciarse el plan, el 78,8% de las escuelas lo tenía implantado; el 76,6% había mejorado los datos de las dietas de los alumnos y el 74,5% había aumentado el consumo de productos locales.
En todos los niveles del proyecto se incluyen no solo medidas concretas, sino también aspectos menos tangibles, como el agradecer a los productores sus alimentos. Además de consumir repollo local, se invita al agricultor al colegio para que los niños se enteren de cómo los cosecha y le den las gracias por el producto.
Igual que en el resto del mundo, los pequeños suelen preferir la carne y las patatas fritas al pescado y las verduras. Para cambiar la tendencia, la experta Kayo Kurotani explica que se enseña a los niños a interaccionar con los alimentos para acostumbrarse a ellos. Por ejemplo, aprenden a preparar sardinas. «Así pueden comer algo absolutamente delicioso elaborado por ellos mismos«.
El Shokuiku no es solo un programa infantil. La idea es que ese aprendizaje se mantenga durante toda la vida, ayudando a conservar uno de los logros japoneses: no hay duda de que la elevada esperanza de vida (la primera del mundo) está asociada a tener una obesidad en adultos de menos del 4%.